La entidad de las haciendas de olivar en lo referente a su tamaño y propiedad no se revisa hasta el siglo XIX con la reforma agraria liberal en forma de desamortizaciones y desvinculaciones.
Según el estudio del mercado de la tierra de M. Parias, entre 1835 y 1899, se compravenden en la provincia de Sevilla 305 haciendas, lo que supone un movimiento de tierras de 36.582 has de las cuales corresponden el 84,3% al cultivo del olivar y un 12,2% a olivar y tierra calma reunidos. De estas haciendas sólo 20 proceden de la desamortización de la Iglesia (unas 3.005 has) en tanto que de la desamortización civil tan sólo aparecen 5 (unas 181 has) al ser una explotación ajena a los bienes concejiles. Esta constatación nos lleva a otra y es que el mercado de las haciendas a lo largo del siglo XIX es ya un mercado libre (282 haciendas tienen esa condición). No se venden necesariamente porque las hayan desamortizado y sacado a pública subasta, sino porque son demandadas, y porque sus poseedores (nobles titulados -al menos 25- como los condes de Guadalete, de Lomas, del Aguila marqueses de San Bartolome del Monte, de Arcohermoso, del Pedroso, de Casa Tamayo, de Esquivel, de Saltillo…; vínculos de mayorazgo como los Manuel de Villena Fernández de Córdoba, Vargas Machuca, Ibarburu…; primera generación de compradores de la desamortización y comerciantes como Pedro Nautet, Tomás Valderas, Manuel Cámara, José de la Herrán…) ven también en estas ventas un negocio. Unos buscando liquidez, otros las plusvalías de su inversión. Un indicio de estas promesas de ganancias lo podríamos observar en los precios y en las selectivas áreas de las ventas.
En efecto, los precios de dichas transacciones de olivar son los segundos más caros del mercado, después de la viña. Sus valores mínimos rebasan los 2000 rs. por hectárea y los máximos los 6.000 rs. siendo el promedio para el periodo de 3.821 rs por hectárea. La comparación con los precios de la tierra calma, en valor medio para el periodo de 2.941 rs. por hectárea, o de la dehesa de 735 rs. por hectárea, nos da la verdadera dimensión del valor de la hacienda. Y este valor incluso llega a hacerse especialmente notable en las haciendas procedentes de la desamortización, incrementado al venderse en pública subasta y pagarse a plazos. En la desamortización religiosa de 1836 los precios medios son de 7.898 rs. por hectárea y en la civil de 1855 de 5.115 rs., con mínimos siempre por encima de 2.000 rs. y máximos que rebasan los 11.000 rs. por hectárea.
Las haciendas compravendidas se localizan fundamentalmente en la Campiña (117 que equivalen a 12.883 has) y en la Vega (82 que representan 11.303 has.) donde habían empezado a cobrar importancia a raíz de la expansión del olivar entre 1800 y 1845. En el Aljarafe, donde el cultivo ha quedado rezagado, el movimiento es algo menor (también lo es el territorio y el propio tamaño de la hacienda) aunque de importancia (unas 58 haciendas vendidas que mueven 7.269 has.). En otras comarcas las compraventas se reducen considerablemente: 21 en la Sierra Norte (unas 2.461 has); 8 en Estepa (1.004 has); 6 en la Marisma (275 has.).
El mercado del siglo XIX no generaría sino un «cambio de manos» de la propiedad sin modificar sensiblemente las dimensiones de las fincas, pues en concreto en las desamortizaciones -que entre sus fines tenían el repartir la tierra- se atiende finalmente al criterio de rentabilidad en la parcelación. El resultado de esta política de mercado es muy esclarecedor pues las 307 haciendas citadas se venden enteras y entre ellas se incluyen 14 que proceden de la desamortización religiosa. Se enajenan también 119 fracciones de haciendas entre las que sólo 8 pertenecen a la desamortización pero, dichas fracciones sumadas ni siquiera llegan a las 3.000 has.
Nos quedaría por ver quiénes son los compradores o nuevos propietarios de haciendas. Un superficial rastreo, sólo por las de mayor extensión, nos da una abrumadora mayoría de comerciantes (Herrin, Inguanzo, Larrazábal, Ramos Gómez, Tobia, Calzada, Seygonier, Ibarra, Isem…). A gran distancia numérica seguirían propietarios. hacendados-propietarios y labradores (Zayas, Benjumea, Pérez Seoane, Moreno Santamaría, Díez de la Cortina, Lavín, Laffitte, Auñón, Civico…). Una mirada más detallada nos haría ver que la nobleza titulada sigue comprando haciendas. Hay más de 22 títulos que parecen reajustar sus patrimonios puesto que compran y venden; y -en concreto- cuatro vuelven a comprar grandes haciendas: marqueses de Iscar, de Castilleja, de Puebla de Ovando y conde de Vallehermoso. Aparecen por fin interesados en las haciendas las nuevas profesiones liberales como abogados e ingenieros ( González Andía, Molina, Alvarez Chocano, Muruve Caamaño…); sin desdeñar la incursión del capital extranjero (Diego Beck, Enrique Wanden, Antonio Keyse…).
Para el siglo XX, carecemos de los datos de mercado de los siglos anteriores. Es de suponer que sigue el proceso de renovación natural de la propiedad a través de las herencias, cesiones, compraventas… y que las áreas de desarrollo urbano y los nuevos usos hacen incluso más ágil el mercado de la tierra. Los datos fáciles de rastrear a través del Registro de la Propiedad suponen sin embargo un trabajo investigador de envergadura que todavía no se ha acometido en su globalidad.
Fuente: Las haciendas de olivar de Dos Hermanas de María Cruz Aguilar, Mercedes Gamero y María Parias.